INTRODUCCION
El objetivo de este trabajo es lograr una conciencia y con ella la libertad para decidir en un ámbito tan íntimo, como es el de nuestra propia existencia, que decisiones debemos y podemos tomar frente a situaciones o circunstancias que modifican profundamente nuestra autonomía, autodeterminación y dignidad de vida.
Ciertas elecciones sólo podemos hacerlas nosotros mismos y, en este sentido, esto es un alegato a favor y en contra de la Eutanasia.
Este trabajo busca centrar el tema de la Eutanasia en lo que considero sus aspectos fundamentales:
- Protagonistas,
- Consentimiento,
- Interés protegido,
- Valores en juego,
- Derechos, deberes, responsabilidades y libertades.
La Eutanasia no es un tema económico, religioso, político, técnico; ni siquiera social. No es un slogan publicitario. Tampoco es el “caballito de batalla” de las religiones del siglo XXI; ni siquiera un interrogante al que habrá que encontrarle una respuesta que se transforme en verdad universal. La Eutanasia es simplemente vida y muerte, fenómenos tan naturales como inevitables que sólo pueden ser comprendidos por quien batalla entre uno y otro extremo de su existencia.
Como estudiante de derecho, aprendí que la filosofía es un continuo cuestionamiento que va modificándose a través del tiempo, hay preguntas que se han formulado hace miles de años y aún no obtuvieron una respuesta consensuada, y tal vez sea imposible hacerlo.
La propuesta aquí planteada, consiste en despojarnos de nuestros tabúes e hipocresías y comprender que la vida tiene un significado biológico -al cual todos nos adscribiremos con seguridad-, y un significado espiritual teñido de nuestras propias particularidades y creencias, que sólo puede ser autorrealizado según la moral de un individuo concreto. No sería bueno regresar al Estado Absolutista que tanto daño ha causado. Permitamos que el Estado nos proteja de las arbitrariedades pero no consintamos que decida por nosotros porque, reitero: sólo el titular del derecho a la vida puede decidir hasta cuando es ella compatible con su propia dignidad.
Si nos consideramos una sociedad pluralista, deberíamos respetar nuestras libertades, deberíamos respetar la vida, y no cometer el error de convertirla en un mero sacramento, un valor abstracto, un simple hecho biológico. Preguntémonos que nos hace más daño como sociedad: condenar la Eutanasia o condenar a un ser humano en pleno uso de sus facultades a vivir una vida que considera carente de sentido. No seamos solidarios solamente para opinar, ni ingenuos al hablar de ayuda, compasión, cariño, compañía, cuidados paliativos y opciones a la muerte que en la “REALIDAD“ no existen, no nos olvidemos nunca de los límites que ella impone.
Este es un trabajo sobre la Eutanasia, un trabajo sobre la vida, la muerte y el respeto por la dignidad del Ser Humano, no lo escribe un jurista ni un médico, no lo escribe una persona enferma, ni un familiar de la misma, quien lo escribe es una persona común, que cree y necesita creer en la libertad del hombre.
Capítulo I
MARCO CONCEPTUAL
Sumario: 1. Ortotanasia y Cuidados Paliativos. 2. Medios Ordinarios y Extraordinarios para el mantenimiento de la vida. 3. Distanasia. 4. Suicidio. 5. Eutanasia. 6. Elementos caracterizantes de la Eutanasia. 7. Eutanasia Directa e Indirecta. Eutanasia Activa y Pasiva
Definir la eutanasia, no es tarea sencilla. En primer lugar por las variadas clasificaciones que se hacen de la misma, y en segundo lugar porque se la suele confundir con otras situaciones o actos que nada tienen de eutanásicos, como el suicidio, la muerte natural (ortotanasia) o el encarnizamiento terapéutico.
Me parece clarificador comenzar por aquello que “no es“ eutanasia. La misma se puede ubicar en el centro de una recta imaginaria, entre dos puntos equidistantes: la ortotanasia y el encarnizamiento terapéutico.
1. Ortotanasia y Cuidados Paliativos
Ortotanasia significa dejar que la naturaleza siga su curso, suspender toda cura en la inminencia de la muerte, aún en lo relativo a las eventuales complicaciones agudas. La suspensión de toda cura obedece a que cualquier tratamiento aplicable al caso concreto será fútil, desproporcionado y extraordinario. Por su mismo significado, configura una práctica médica lícita y ética.
La muerte no es provocada ni buscada, sino consecuencia de la enfermedad que el sujeto padece. El interrogante en este caso es si existe un deber u obligación médica de actuar. En mi opinión, la respuesta negativa se impone por la irreversibilidad de la situación concreta. La medicina como ciencia tiene límites y es importante que el profesional médico esté preparado para reconocerlos, no se trata de abandono sino de sopesar en cada situación los beneficios e inconvenientes de las decisiones que puedan adoptarse. Cuando el médico reconoce que ya no puede curar su obligación es simplemente “cuidar” al paciente. Es en este momento y bajo estas circunstancias que surgen “Los Cuidados Paliativos”.
Se ha hablado de lo cuidados paliativos o tratamiento paliativo, como una alternativa a la Eutanasia; pero parece difícil pensarlo de este modo, dado que los mismos tienen una motivación y una aplicación completamente diferente a la Eutanasia. Se recurre a ellos cuando se comprende que el tratamiento terapéutico destinado a curar al paciente es ineficaz y que la enfermedad es incurable. El objetivo de la terapia cambia, ya no es la enfermedad; sino el dolor que el médico trata activamente de aliviar.
La Ortotanasia, como así también la eutanasia y la Distanasia se encuentran íntimamente relacionadas con dos términos de cierta tradición en el ámbito médico: medios ordinarios y medios extraordinarios de mantenimiento de vida.
2. Medios Ordinarios y Extraordinarios
para el mantenimiento de la vida
Estos términos se han utilizado para decidir límites y encontrar respuestas a cuestiones tan complejas como las tratadas. Afortunadamente por la ambigüedad de los mismos, han perdido protagonismo, y hoy se tiene en cuenta al “paciente“, haciendo hincapié en su condición física, historia clínica, tipo de terapia, grado de dificultad y riesgo que comporta el tratamiento, gastos necesarios, posibilidades de aplicación del mismo, resultados que pueden esperarse teniendo en cuenta las condiciones del enfermo y de su entorno familiar, en caso de que exista.
De este modo se abandona el catalogo de “medios” de tratamiento, para valorar que será “proporcionado o desproporcionado” según el caso.
En relación con la proporción o desproporción de los tratamientos aplicados a los enfermos, diversos autores, desde un punto de vista ético, distinguen entre “hacer morir“ y “dejar morir“. El dejar morir, que se vincularía con la suspensión o no iniciación de un tratamiento (por ejemplo quitar el respirador, suspender la diálisis, etc.) lo identificarían con la ortotanasia. En mi opinión, este “dejar morir” en tales circunstancias debería traducirse en un “dejar morir en paz” evitando intervenciones que por las condiciones en que se encuentra el enfermo, sólo podrían ser dañinas para su persona.
El término dejar morir resulta ambiguo, dado que puede ser entendido de la forma recién mencionada, o con una connotación negativa considerándolo como abandono de la persona o paciente. No estoy de acuerdo con que el abandono pueda caracterizar algunas de las situaciones que se están tratando de definir en este trabajo. No hablamos de dejar de hacer algo que salvaría la vida de una persona, o al menos parcialmente la curaría, sino que intentamos definir con éste termino la omisión éticamente obligatoria por parte de los médicos de llevar la vida de una persona a un extremo que en nada se compadece con lo humano de la misma.
Lo dicho en el párrafo anterior nos conecta con el otro extremo de la línea imaginaria a la que me referí al comienzo del capítulo: a este extremo en la evolución de la vida y la muerte se lo denomina distanasia o adistanasia y puede ser tan o más peligroso que la propia Eutanasia en su significado más abarcativo.
3. Distanasia
La Ciencia Médica, por su importancia y por los avances tecnológicos de las últimas décadas, exige reformular muchos de sus principios y pilares rectores acordes con los tiempos actuales.
La distanacia o encarnizamiento terapéutico es la prueba de esta exigencia de nuevos límites y fronteras jurídicas claras que otorguen al profesional la seguridad para actuar dentro de su ámbito, sin temor a futuros reclamos morales o jurídicos
La distanasia es el intento de retardar la muerte lo máximo posible gracias a una intervención médica. La connotación negativa de las palabras “encarnizamiento terapéutico“ (utilizadas como sinónimo de adistanacia) se debe a que la misma implica una prolongación exagerada del proceso del morir del paciente y un empleo inmoderado y desproporcionado de los medios al alcance del médico para lograrlo.
Tres criterios Objetivos podrían definir mejor al encarnizamiento terapéutico:
- Inutilidad: no hay resultados, un ejemplo de ello podría ser el caso de la muerte cerebral
- Gravosidad: se refiere a una evaluación comparativa entre los beneficios y perjuicios o dolores causados al paciente, evaluación que deberá principalmente tener en cuenta, cuando sea posible, lo dicho por él mismo.
- Medios extraordinarios: son medios utilizados por el médico a fin de mantener al paciente con vida, independientemente de las condiciones en que este último se encuentre.
Los medios extraordinarios son en definitiva desproporcionados al fin de la actuación medica que puede resumirse en sólo una frase: “la salud y bienestar general del paciente“. Este debería ser el criterio rector para la aplicación de un tratamiento, y no simplemente salvar o mantener la vida.
La O.M.S. define a la salud, no como ausencia de enfermedad como lo hacía en otros tiempos, sino como bienestar físico, psíquico o social. No puede sacrificarse, a la hora de preservar la salud, uno de estos aspectos a favor de uno o algunos de los otros.
Otra de las modalidades confundida con la Eutanasia es el suicidio o suicidio asistido. Diferenciarlo de la misma parece una tarea más sencilla.
4. Suicidio
En su libro “Eutanasia Morir con Dignidad“, Niño afirma que el suicidio requiere de la participación del paciente en la decisión y ejecución del acto, en tanto la eutanasia sólo requiere de su decisión dado que siempre es practicada por otros.
Si bien considero esta distinción la más importante, creo que los motivos suelen ser diferentes. El suicidio esta precedido generalmente de fuertes y agudas depresiones, relacionadas con múltiples enfermedades mentales. La Eutanasia en gran cantidad de casos la requieren enfermos con padecimientos o incapacidades físicas, o ante la angustia de futuras incapacidades que puedan alterar la calidad de vida de una persona, al punto que no se considere capaz de vivir en esas condiciones.
Al no haber dolencia física es más difícil establecer objetivamente la “gravedad” del sufrimiento y las posibilidades de mitigarlo.
La eutanasia precisamente se justifica y se comprende en la incapacidad de una persona para cumplir ella misma con su propia voluntad: la de terminar con su vida.
Aproximándonos al final de este capítulo, y resaltada la distinción existente entre ortotanasia, distanacia y Eutanasia, cabe aventurarnos en la búsqueda del concepto o caracterización de esta última.
5. Eutanasia
Las clasificaciones y los elementos caracterizantes de la eutanasia varían, por eso me parece importante empezar por la fuente: etimológicamente, eutanasia significa “Buena Muerte“. La Real Academia Española la define como la muerte sin sufrimiento físico y en sentido restricto la que así se provoca voluntariamente.
En sentido restringido eutanasia “es el hecho humano voluntario por el que una persona permite que un enfermo terminal alcance una muerte tranquila y sin dolor, previo consentimiento del paciente o de las personas legitimadas para suplirlo, con el fin de liberarlo de padecimientos intolerables “.
Como vemos, esta definición limita la eutanasia a los enfermos terminales. Es oportuno aclarar que el estado terminal de un enfermo, define una situación de muerte inminente, inevitable, en el que las medidas de soporte vital sólo pueden conseguir un breve aplazamiento de la muerte.
No estoy de acuerdo en restringir el concepto en su ámbito de aplicación a los enfermos terminales, muchos son los casos de personas que por estar inconscientes o en estado vegetativo, pueden con los cuidados necesarios vivir años postrados en una cama.
Estas personas vivirán medicalizadas y ajenas a toda comunicación durante años. La Eutanasia, en los hechos, es reclamada principalmente en estos casos, donde no existe la posibilidad de una verdadera vida, y tampoco la alternativa de un final cercano.
6. Elementos caracterizantes de la Eutanasia
En función de lo expuesto, la eutanasia podría caracterizarse a partir de los siguientes elementos:
- Voluntad seria, clara y comprobada de la persona que realiza el pedido de eutanasia (en otro apartado explicaré cuál es la situación de las personas inconscientes o incapaces de expresar su voluntad);
- Intención de poner fin a la vida del paciente, (la finalidad no puede entenderse separadamente de los motivos del acto, que constituye el próximo punto);
- Motivos: respetar la libertad y voluntad de la persona, que no considera digna su vida, por encontrarse profundamente limitada en lo relativo a su desarrollo, crecimiento personal y autorrealización;
- Aplicación del medio adecuado -sea mediante acción u omisión- para el cumplimiento de la finalidad planteada.
Este último punto ha despertado grandes debates, sobre todo en el campo de la ética y de la filosofía, por trazar una distinción entre Eutanasia activa y pasiva - directa e indirecta.
7. Eutanasia Directa e Indirecta. Eutanasia Activa y Pasiva
La “Eutanasia Directa” es la acción por la cual un médico proporciona al paciente o enfermo un fármaco que le causa la muerte. La “Eutanasia Indirecta“ en cambio, es el acto por el cual un médico suministra a un paciente fármacos, con el fin de aliviar su dolor, aunque con ello acelere el proceso de su muerte.
En la llamada “eutanasia Indirecta”, no hay intención de causar la muerte, por lo tanto por faltar uno de sus elementos caracterizantes no puede hablarse de eutanasia.
La diferenciación de Eutanasia activa y pasiva es más compleja y ha dividido los discursos de los detractores e impulsores de la eutanasia, convirtiendo el debate sobre la misma en un confuso juego de palabras.
Para intentar simplificar esta cuestión, partamos de la base de que el fin que se busca en ambos casos es el mismo, lo que se modifica son los medios; en la eutanasia activa la muerte se causa mediante una acción y en la pasiva mediante una omisión.
Algunos autores estudiosos del tema y diversas organizaciones, han considerado que esta distinción no tiene fundamento ético. Quienes consideran válida tal diferencia, argumentan a su favor la ya comentada diferenciación entre dejar morir y matar.
Sin embargo, suele pasarse por alto una diferencia sutil en lo que hace al tipo de omisión dentro de lo que se denomina “dejar morir”. Dicho de otro modo: hay dos maneras de “dejar morir”, y la diferencia entre ellas radica en las expectativas que genera la situación. Si bien ambas constituyen una omisión, una apunta a permanecer en un estado pasivo ante una situación que podría ser modificada (aunque probablemente no de la manera esperada) y la otra, apunta a permitir una situación que de todos modos va a producirse porque no puede ser modificada.
Ejemplificando, en el primer caso, la omisión atentaría contra la vida de una persona que posee ciertas expectativas de seguir viviendo, sin importar en este caso las condiciones físicas y mentales con que podría llevar esa vida.
Puede decirse entonces, que en casos como el mencionado, puede prolongarse la existencia de una persona pero con el costo de una calidad de vida menor. En esta situación si el paciente no esta de acuerdo con dicho costo puede exigir finalmente que se le deje morir.
Este sin dudas sería un pedido de eutanasia. No importa si deberá realizarse una acción o una omisión para llevar adelante la decisión del paciente (o de los familiares responsables en el caso de ser éste incompetente), lo que si importa y es claro es que el paciente no quiere vivir, no de esa forma, y pide que se haga lo necesario para terminar con su vida.
El dejar morir a quién podría seguir viviendo si se le proporcionan los medios adecuados (sean éstos ordinarios o extraordinarios) no es una omisión cualquiera, es eutanasia, es un HACER MORIR a través de la omisión provocadora de la muerte. Parece difícil entender que personas que condenan la Eutanasia, encuentren diferencias en este tipo de accionar omisivo, que lo hacen aceptable e incluso a veces ético. Esta diferencia, a los fines de un juicio moral, no me parece real.
Prefiero, reservar el término “dejar morir” al segundo supuesto, donde la finalidad no es provocar la muerte, ni interrumpir el curso de la vida del paciente, sino simplemente respetar un proceso irremediable, reconociendo la incapacidad de la técnica y el saber médico, para modificar el curso del mismo, en beneficio del paciente o enfermo. Considero que en estas circunstancias no puede haber jamás reproche médico, dado que el mismo no tiene ninguna alternativa posible y eficaz para ofrecer al paciente.
No hay mayores desacuerdos en considerar lícita la renuncia a tratamientos que sólo prolongan precaria y penosamente la vida, pero sin interrumpir los cuidados normales debidos al enfermo... a simple vista parece más un caso tendiente a evitar la distanasia que un verdadero supuesto de eutanasia, pero no obstante la terminología, surge una pregunta: ¿Que pasa si interrumpimos un tratamiento, la persona sigue alimentada, hidratada y recibiendo los cuidados mínimos, pero en estado de inconciencia, o en un estado vegetativo permanente, con la posibilidad de vivir años en estas condiciones?
La eutanasia, provoca permanentemente nuevas preguntas, algunas deberemos contestarlas entre todos, buscando consenso, otras, sin embargo, me parece prudente que sean contestadas desde lo más íntimo e individual de cada ser humano; sólo ahí puede encontrarse la respuesta correcta.
Capítulo II
LA EUTANASIA, VIDA Y MUERTE
LOS VALORES QUE SE PONEN EN JUEGO
Actualmente se está abriendo camino a la posición de querer situar al paciente en el centro de la relación médico-paciente.
Debemos recordar que desde el juramento hipocrático, la deontología médica no reparó en la existencia de derechos reconocibles en cabeza de los enfermos; considerados éstos simples sujetos pasivos del obrar médico.
Esto se explica por la consideración del carácter cuasi-sagrado adjudicado al arte de curar, en desmedro de la posición del paciente, considerado sólo un receptor de las decisiones adoptadas por otros.
En las últimas décadas hemos asistido a una jerarquización de los derechos del paciente competente. Este cambio se ve representado primero como un ideal, una aspiración, que paulatinamente comienza a concretarse en diversas normas convirtiéndose en algunos lugares en la norma médica y legal.
Entre los derechos del paciente, el de información es uno de los más importantes dado que, sobre la base de esa información, el paciente elige o no someterse a una terapia, a otra o a ninguna.
Si bien no se encuentra regulado el derecho del paciente a negarse a recibir un tratamiento o una intervención quirúrgica cuando la persona está en pleno uso de sus facultades, resulta harto difícil obligar a alguien a someterse a una terapia u operación no querida. Hacerlo, violaría los principios más elementales de nuestra ordenamiento jurídico.
Por supuesto que habrá casos de urgencia donde la falta de tiempo excluye la voluntad del paciente, actuando el médico según su leal saber y entender, en beneficio de aquel. Tampoco puede predominar la voluntad del enfermo cuando existen cuestiones de salud pública que afectan y ponen en peligro a la comunidad.
2. Pacientes Competentes y Pacientes Incompetentes
Florencia Luna y Arleen Salles en su libro distinguen dos categorías de paciente:
- Los competentes.
- Los incompetentes (haciendo una salvedad con los que alguna vez fueron competentes, y pudieron expresar una voluntad expresa o implícita).
Un paciente es competente cuando posee la capacidad de comprender la información sobre su condición y sobre las opciones de tratamiento.
En los Estados Unidos, las decisiones sobre tratamiento han sido pautadas por la doctrina ética y legal del “Consentimiento Informado“, entendiéndose por tal el proceso de decisión compartida que involucra de manera fundamental tanto al médico como al paciente.
Si el paciente tiene la información adecuada, normalmente es quien mejor puede determinar que es lo que conviene, y respetar sus decisiones es una manera de fomentar su bienestar
La incompetencia comprende un amplio espectro de estados mentales, desde la inconciencia total hasta un cierto grado de conciencia pero sin la capacidad de procesar la información y las impresiones que se reciben. La incompetencia puede haber devenido o haber existido siempre.
Lo relativo a la incompetencia, genera dificultades a la hora de querer justificar la sustitución de la voluntad del paciente por la de otra persona.
Se supone que el respeto por el paciente incompetente requiere que se le atribuyan los mismo derechos de que goza un paciente competente. Pero para hacer del paciente incompetente uno que pueda tomar tales decisiones es necesario que haya expresado sus deseos y preferencias mientras era competente. Esto nos lleva a lo que se conoce como Directivas Anticipadas.
Se denomina de éste modo a una variedad de documentos que permiten que el adulto competente, previendo su futura incapacidad, tome decisiones informadas por anticipado.
Es importante, la toma de conciencia de que el médico no puede definir el “bien del paciente“ en función de sus propios valores y preferencias, sino que necesita información sobre ellos proporcionadas por el paciente, para incorporarlo en el diagnóstico y el tratamiento de su condición.
En definitiva, y como se verá a continuación, existen actualmente dos tipos generales de directivas; las que proveen instrucciones (Testamentos Vitales, directivas anticipadas) y las que designan un representante.
3. Testamentos vitales
Los Testamentos vitales, son documentos o declaraciones legales firmados ante testigos en los cuales un adulto en su sano juicio, libremente informa al personal médico acerca de su deseo de que no le administren o le retiren los medios extraordinarios de conservación de la vida en ciertas y determinadas circunstancias.
Estos documentos adolecen de importantes defectos: la ambigüedad de sus términos, la exclusión casi generalizada de pacientes que no se encuentran en estado terminal y, finalmente, la poca aplicación de los mismos, dado que los médicos tienden a ignorarlos, situación que se ve favorecida por la falta de sanción frente a tal conducta.
Con respecto a la aplicación y extensión de estos documentos, podría encontrarse una solución, mediante la creación de sanciones y la incorporación de enfermos no necesariamente terminales. En cuanto a la ambigüedad de los términos, parecería ser más práctico formular una serie de principios, fundados en valores religiosos, filosóficos o personales, que puedan ser utilizados como una valiosa guía al momento de tomar decisiones.
Las directivas anticipadas son más amplias, no se refieren tanto a los tratamientos o enfermedades, sino a un conjunto de valores y creencias del paciente.
4. Designación de un representante
En estos casos la persona competente designa a otro para que directamente tome las decisiones sobre el tratamiento en caso de incapacidad mental. Esto puede hacerse formalmente o informalmente. Por una cuestión de seguridad la primera debería imponerse.
Una de las mayores ventajas en la designación de un representante, es que con ello se evitan los problemas de interpretación.
Cuando el paciente no ha dado instrucciones al representante, este último tendría dos posibilidades:
ü Tratar de reconstruir los deseos del paciente (criterios del juicio sustituto). Es de suponerse que serán quienes conocían al paciente los que decidirán lo que éste hubiera querido. Este criterio no podrá aplicarse para solucionar los casos de pacientes o personas que han sido siempre incapaces
ü Concentrarse en lo que objetivamente beneficiará al paciente (criterios de los mejores intereses). Se evaluarán los riesgos y beneficios comparativos, se tendrán en cuenta, entre otros aspectos: el alivio del sufrimiento, la preservación y recuperación de su estado físico funcional, la calidad y cantidad de vida del paciente, la posibilidad de manejarse en forma autónoma, etc.
Muchas personas que consideran inútiles las directivas y testamentos vitales prefieren que, en caso de perder el uso de sus facultades, el grupo familiar participe activamente en la toma de decisiones sobre el tratamiento. Consideran que la autonomía individual se extiende naturalmente a los miembros de la familia: que estos sabrán cuales son las preferencias del enfermo.
El dilema se presenta cuando el paciente es incompetente, no hay directivas anticipadas y no ha sido designado un representante ¿QUÍEN TOMA ENTONCES LAS DECISIÓNES SOBRE LOS POSIBLES TRATAMIENTOS?
Gran parte de la literatura Bioética, sostiene que se debe partir de la base de que los familiares de los pacientes incompetentes son los sustitutos apropiados, excepto que se posea evidencia de lo contrario.
También se procura la participación de la familia, cuando el paciente es un adulto competente, porque es lógico considerar que en los momentos de crisis los pacientes pueden necesitar el apoyo emocional de sus familiares.
Ante la situación de que el paciente no tenga familiares, éstos se rehusen a intervenir, no se pongan de acuerdo, o tomen decisiones irrazonables ¿Que recurso queda?
En estos casos se suele recurrir al juez, independientemente de la intervención que puedan tener, asesorando, los actualmente en auge Comités de Ética.
Estos Comités, están integrados por personas que representan el ámbito ético, jurídico y sociológico, cumplen su función principalmente asesorando a las partes, delimitando conflictos, señalando los valores en juegos, y las posibles soluciones. Sus dictámenes no son obligatorios para el Juez.
6. Consentimiento y Voluntad
La Doctrina del “Consentimiento Informado“ citada más arriba, otorga una real importancia al respeto de la autonomía de la persona. En el desarrollo de tan importante concepto hay dos figuras para destacar: Emanuel Kant y John Stuart Mill.
Para Kant, el genuino agente moral debe elegir sus acciones libremente y sus elecciones deben estar basadas en principios morales libremente adoptados. Stuart Mill por otro lado, analiza la autonomía fundamentalmente como libertad de coacción o de influencias restrictivas por parte de otros.
En términos generales se asocia a la autonomía con la autodeterminación, con la capacidad de autogobierno, con la no interferencia y con el respeto hacia las personas, en definitiva se asocia con la Libertad.
Kant tenía una concepción activa de la libertad moral, haciendo consistir en ella la Dignidad Humana, la cual es considerada como valor supremo del hombre. El contenido de la misma se traduce a su vez en “autonomía moral “, poniéndose de este modo la acción humana por encima de la naturaleza física e independizándola de todas las religiones.
La autonomía moral se cumple cuando las máximas morales que rigen la conducta de un individuo, pueden ser generalizables como leyes siempre sean compatibles con la libertad de todos.
Esta dignidad que es común a todos los seres humanos, no se pierde por un comportamiento indigno, además nos convierte a todos en un fin en sí mismo, de manera que ningún ser humano pueda hacerse señor de otro ni subordinado a su voluntad.
Estos conceptos de libertad, respeto, autonomía y dignidad nos deberían llevar a aceptar y respetar la posición que cada hombre ha elegido, y seguirá eligiendo tener frente al mundo y sus particulares circunstancias.
El ámbito privado de las personas se ha ido desdibujando, y las libertades de unos diariamente interfieren con las libertades y los derechos de otros. No es cierto que la libertad no reconoce límites, lo hace: el límite de la misma está dado por el obrar responsable de cada uno. Sería bueno retomar la discusión sobre cuales son las acciones privadas de los hombres, que nuestra constitución garantiza libre de toda ingerencia, y solo reservadas a Dios.