lunes, 21 de junio de 2010

EPICURO, ¿NOBLE O VILLANO?

Palabras Preliminares


Como abogada y estudiante de una maestría en Derecho Privado me encuentro frente al dilema de tener que realizar una monografía o ensayo en una materia que nunca ha sido mi fuerte: Filosofía del Derecho. Comencé entonces haciendo una revisión bibliográfica, a la espera de poder descubrir un tema atractivo o interesante que me permitiera leer y escribir con entusiasmo, la tarea encomendada. Así fue como me he encontrado con un personaje fascinante: Epicuro de Samos. Un hombre polémico que, según parece, ha escrito aproximadamente trescientas obras, de las cuales muy poco se conserva, sólo algunas máximas de vida, algunas cartas y unos pocos fragmentos que, fuera de su contexto general me animaría a decir poco valor tienen. Resulta curioso como, con tan poco escrito, es innumerable la cantidad de cosas que le han hecho decir (a través de las diversas interpretaciones hechas de su doctrina) al cuestionado Epicuro. Para algunos autores, fue un espíritu noble, que privilegió sobre todas las cosas materiales, la amistad y la serenidad del espíritu. Un hombre que fue capaz de crear una “comunidad” de amor y respeto entre sus allegados y amigos. Para otros y, con una visión diametralmente opuesta, Epicuro no era más que un payaso intemperante o rey de los excesos (incluso se denominó a sus seguidores “manada de puercos”). Un ingenuo que intentó explicar los grandes misterios de la vida con una sencillez absurda, que rozaba la hipocrecía y el desdén.
Lo que queda claro, es que este hombre tan singular, despertó, despierta y despertará siempre grandes pasiones.


¿Quién fue entonces Epicuro de Samos?

Epicuro nació en Samos a finales del año 342 o a principios del 341 a.C. Su padre, Neocles, complementaba su trabajo de campesino con el de maestro de escuela, y su madre, Queréstrata, ayudaba yendo de casa en casa para celebrar rituales de purificación. A la edad de cumplir el servicio militar se traslado a Atenas (aprox. 321 a.C.), ciudad que encontraría sumida en una profunda agitación debido a la muerte de Alejandro.
Finalizadas sus obligaciones militares, Epicuro se reúne de nuevo con su familia que se había trasladado a vivir a Colofón.
La vocación de Epicuro por la filosofía apareció bastante temprano, a la edad de 14 años, motivado -de acuerdo a lo expresado por Apolodoro y Sexto Empírico-, por la necesidad de encontrar explicaciones más convincentes sobre el origen de las cosas que las ofrecidas por los mitos cosmogónicos.
Durante el período comprendido entre 321 y 311 a.C., Epicuro completaría su formación estudiando en Rodas.
En el año 311 a.C. marchó a la isla de Lesbos, para ejercer como maestro público, pero su fama de heterodoxo, que se había ganado polemizando con sus maestros, le impidió una buena acogida. Se traslada entonces a Lámpsaco, donde formó un grupo de amigos que le guardó fidelidad toda su vida. Pero como su deseo era volver a Atenas, en el año 306 a.C. allí se estableció y fundó una escuela. Durante 35 años enseñó dentro de los limites de su casa y del “Jardín”.
En el “Jardín”, huerto que había comprado por la cantidad de ochenta minas, la vida era sencilla y frugal. El cultivo de verduras que realizaban en el mismo, les permitió a los epicureístas prestar ayuda a los atenienses con ocasión del asedio al que los sometió Demetrio Poliorcetes. Apolodoro relata que Epicuro solía alimentarse con pan y queso y sólo tomaba agua.
A la edad de 72 años una afección en la vesícula provocó su muerte después de 14 días de sufrimiento que soportó de manera ejemplar y haciendo gala de la misma serenidad que había mostrado durante toda su vida. Ejemplo de ello es el fragmento extraído de una carta escrita por Epicuro a Idomeneo, en el que puede leerse:

“En el día más feliz y al mismo tiempo el último de mi vida, te escribía yo esto: me acompañan tales dolores de vejiga y de intestino como no puede haberlos más agudos, pero a todo ello se opone el gozo de mi alma al recordar nuestras conversaciones pasadas; tú, tal como corresponde a tu buena dispocisión, desde jovén, hacia mi y hacia la filosofía, cuida de los hijos de Metrodo.”

¿Cómo fue la época en la que vivió Epicuro?

Sin dudas los tiempos en que vivió Epicuro estuvieron signados por grandes e importantes cambios, muchos de los cuales explican y determinan parte de la filosofía epicureísta, una filosofía que parece más que nada una guía práctica para la vida, una filosofía que se centra en el hombre hacia adentro y no en el hombre hacia fuera como hasta entonces.
La polis, garantizaba un espacio físico y moral, ofrecía unos esquemas de conducta en los que el hombre se sentía seguro. Con la decadencia y descomposición de la misma, los ciudadanos perdieron el sentido de su propia importancia y de su capacidad para controlar y perfeccionar su destino político y social. Los individuos sintieron cada vez más esta pérdida de control personal sobre la vida colectiva y fueron absorbidos por el Imperio Romano. Cuando Grecia se convirtió en una provincia romana, decayó el interés por proseguir las especulaciones acerca de la sociedad ideal y surgió como necesidad una filosofía práctica que guiara la vida de los hombres en las condiciones de cambio. Frente a esta inseguridad provocada por el estado de lucha armada casi permanente (la guerra del peloponeso, la caída de atenas) el hombre busca en su interior la salvación y la felicidad que ya no le puede brindar la “polis”. Ejemplo de ello ha sido la escuela cínica, cirenaica, estoica, epicúrea, escéptica y neoplatónica. En ellas ha primado el aspecto ético o moral sobre el gnoseológico, preocupándose más bien de los problemas del espíritu que del conocimento de las cosas, poco de la ciencia y mucho de la conciencia. La filosofía se aplico entonces más al arte de vivir, y Epicuro fue un buen exponente de ello.

La Doctrina Epicureista

Antes de hacer referencia a la Doctrina epicureista, resulta interesante transcribir un párrafo escrito por uno de sus discípulos, el poeta Lucrecio que, de alguna manera, refleja lo que Epicuro significó para sus seguidores:

“Mientras la vida humana yacía en tierra, mísera a la vista, oprimida bajo el peso de la religión, que extendía el rostro por las regiones del cielo, atemorizando a los mortales con su horrible aspecto, un hombre de Grecia, el primero entre los mortales osó elevar su mirada contra ella y afrontarla.”

Puede decirse que la doctrina epicureista se divide en tres: la canónica, la física y la ética. En este ensayo se intentará profundizar en esta última.
Haciendo una breve reseña de los dos primeros aspectos mencionados, puede decirse que la canónica enseña los fundamentos del proceso por el cual llegamos a distinguir lo verdadero de lo falso. Es una teoría del criterio de la verdad. Para Epicuro había cuatro criterios para acceder a la verdad. El primero y más importante de ellos era la sensación; el segundo, los sentimientos o afecciones (que vendrían a ser las respuestas del sujeto a los datos sensibles, las reacciones de dolor o placer ante las sensaciones); el tercero, está constituido por los preconceptos o prolepsis que, no obstante haber distintas interpretaciones acerca de lo que significa, puede decirse que serían las imágenes mentales construidas a partir de la continua repetición de impresiones o sensaciones semejantes. El cuarto criterio, quizás el más difícil de entender por su grado de abstracción, esta dado por las proyecciones imaginativas del entendimiento o de la mente, representaciones estructuradas del pensamiento. Con este último criterio, Epicuro intenta explicar aquellas cosas inasequibles a la mente a través de las sensaciones (dioses, atomos, vacío, etc).
No obstante lo hasta aquí expresado, pueden resumirse estos cuatros criterios en uno sólo: las sensaciones.
Entonces, para los epicureistas todo conocer es percepción sensible. La sensación como fuente principal y primera de conocimiento, tiene lugar al desprenderse de los objetos unas pequeñas imágenes o emanaciones que llegan hasta nuestros órganos sensitivos. De esta manera entramos en contacto con el objeto, luego vendrán las afecciones o sentimientos que este contacto nos provoca, sensaciones de dolor y de placer.
Partiendo del razonamiento expuesto, resulta lógico para Epicuro afirmar que porque una cosa nos desagrada y nos acarrea molestias la llamamos mala y que al contrario, cuando una cosa nos agrada y nos proporciona placer la llamamos buena. Aristóteles por ejemplo, partió del supuesto inverso: porque algo es bueno nos agrada y porque algo es malo nos desagrada.
Para Epicuro, la posibilidad de error no se halla en la percepción sino en el juicio u opinión. Para asegurarse de la verdad de un juicio emitido hay que observar si la realidad lo corrobora o al menos no lo contradice. Es en esta instancia en que entra a jugar el concepto de prolepsis o prenociones[1]. La sensación no es conocimiento racional, la actividad racional se realiza con la prolepsis.
Quizás el más grande de sus aciertos haya sido el más grande de sus errores: el querer crear un sistema lógico que todo lo explicara, y en ese afán terminó enredado en sus numerosas explicaciones de las cosas, algunas veces contradiciéndose, y otras, a mi entender, acomodando la explicación de un fenómeno de forma tal que esa explicación sirviera de fundamento a sus ideas o teorías. Recuérdese que Epicuro intentó explicar el movimiento de las cosas, la composición del alma (la cual era considerada corpórea), la existencia de los dioses, el significado del bien y del mal, de la justicia, el origen y causa de los truenos, granizo, relámpagos, frío, calor, lluvia, etc. Podemos decir que intento explicarlo “todo”.
 Un detalle original y destacable es que Epicuro consideraba que el saber por el saber mismo no tenía razón de ser. Para él, la importancia del conocimiento residía en que ayudaba al hombre a entender todo aquello que le causaba miedo o turbación. El saber y el conocer serán ahora por y para la vida. Así lo expresa en su carta a Pitocles:

…”hay que creer que la única finalidad del conocimiento de los fenómenos celestes, tanto si se tratan en relación con otros, como independientemente, es la tranquilidad y la confianza del alma, y este mismo fin es el de cualquier otra investigación”…

En cuanto a la física epicureista puede decirse que todo lo que se sabe de ella ha sido extraído de la Carta a Heródoto y el poema de Lucrecio. Epicuro -siguiendo en este punto a Demócrito- consideró que el universo era infinito y eterno y que consistía en cuerpos (algunos simples otros compuestos) y espacio. Para Epicuro, el cosmos ha existido siempre y siempre existirá. En su carta a Herodoto sostiene:

 “nada nace de lo que no existe, porque, si todo naciera de todo, no habría necesidad de simientes. Y si aquello que desaparece se diluyera en el no ser, todo estaría ya muerto”.

Por lo tanto debe haber existido antes que nada algo material. Para Epicuro las cosas no se destruyen en el no ser, sino que se diluyen sus compuestos y luego estos se unen formando compuestos nuevos,  todo esta compuesto por átomos y vacío. Los átomos son la unidad mínima material, son indestructibles, inmutables e infinitos, varían en cuanto a su peso, forma y tamaño. Para Epicuro la sensación y el pensamiento, de las formas más simples hasta las más complejas, no son otra cosa que el movimiento combinado de los átomos de la mente o del anima-corpus, con los átomos que entran en contacto con ella desde el exterior. El anima representa una de las divisiones del alma, que se encuentra dividida en dos partes, la otra parte es el animus. La primera de ellas se encuentra extendida por todo el cuerpo orgánico y está encargada de trasmitir los movimientos sensitivos y los correspondientes a la vida vegetativa. El animus en cambio, es la parte más noble, reside en el pecho, y desligada de los átomos corporales experimenta la alegría y el dolor así como las restantes actividades psíquicas.
Epicuro define el alma como una sustancia corpórea formada por finísimas partículas (átomos) y extendida por todo el organismo. En la Carta a Heródoto, Epicuro habla de la materialidad del alma de esta forma:

“la palabra incorpórea designa aquello que puede ser pensado por sí mismo. Agrega que “…no es posible pensar por sí mismo nada incorpóreo, a no ser el vacío, y el vacio no puede ni realizar ni sufrir nada, sino tan sólo transmitir el movimiento. De este modo quienes afirman que el alma es incorpórea, no saben lo que dicen puesto que, si así fuese, no podría ni realizar nada ni sufrir nada, y en cambio está claro que ambas contingencias son propias del alma”.

Epicuro buscaba en forma permanente justificar lo que para él revestía importancia, acomodando -de ser ello necesario-, la explicación científica de un fenómeno de tal forma, que sirviera para explicar alguna máxima de vida, considerada por él fundamental. Un ejemplo muy claro de ello es lo atinente a la libertad del hombre. Epicuro como atomista que era, tomó parte de las teorías de Demócrito que fue el primer atomista, y le hizo una variante que utilizaría para poder justificar y reafirmar la libre determinación del hombre. ¿Cuál fue esa variante? Demócrito consideraba que los átomos sólo podían moverse en línea recta hacia abajo, Epicuro introduce un elemento de indeterminación que es la declinación espontánea de la línea recta, en el movimiento de los átomos. De este modo explica  el encuentro entre dos átomos y, por lo tanto, el origen del mundo. Esta desviación es considerada por Epicuro “accidental”, lo cual lo lleva a afirmar que los sucesos ocurren por tres causas: el azar, la necesidad y la conducta del hombre.
Esta desviación, según lo expone Karl Marx en su tesis Doctoral[2], sirve para explicar la autonomía de la conducta humana, dado que en el movimiento en línea recta el átomo es atraído por un centro de gravedad exterior a él, en cambio en la desviación espontánea de la línea recta, el átomo se convierte en su propio centro de gravedad y, por tanto, afirma su autonomía. No obstante, otros autores como Montserrat Jufresa, opinan que un principio de indeterminación no alcanza para beneficiar o justificar la causa de la libre determinación del hombre. De este modo puede observarse como partiendo de una misma idea de Epicuro pueden existir diferentes interpretaciones, lo cual podría explicar como un mismo hombre puede ser criticado y defendido por un mismo tema, y en ambos casos con tanta pasión.
Lo cierto era que Epicuro consideraba al hombre dotado de libre determinación y, consecuentemente con ello, plenamente responsable de sus actos. No sería errado pensar que Epicuro era un hombre dotado de una inmensa voluntad y de una gran fortaleza, que él mismo utilizó para vivir de acuerdo a esas díficiles máximas que enseñó, principalmente con el ejemplo, durante toda su vida. 
En su carta a Heródoto, epicuro afirma:

desde que nacemos tenemos una amplia gama de potencialidades alternativas para desarrollar nuestro carácter, por tanto el modo en que definitivamente este se desarrolla depende de nosotros, ya que inicialmente no estaba formado. Nosotros tenemos la capacidad, a partir de las creencias que nos informan, de controlar las impresiones que nuestro entorno deja en nosotros, y somos nosotros y no nuestro entorno quien ejerce el control.”

La Etica Epicureísta:

Desde el momento en que Epicuro inicia su meditación filosófica busca una solución para asegurar al hombre su felicidad. Epicuro ve a su alrededor hombres “espiritualmente enfermos”, temerosos de que la muerte les sorprenda, esclavos del dinero y del poder, pendiente del favor de los dioses y atemorizados por la posibilidad de sufrimiento o dolor.
Epicuro considera que la mente del hombre se encuentra enturbiada por muchas ideas vanas y que esta es la causa de que sea desgraciado. Propone distintos remedios para contrarrestar cada  una de las causas que, según él, encadenan al hombre al sufrimiento. Las causas consideradas por Epicuro de turbación e infelicidad del hombre, pueden resumirse en cuatro:

·        temor a la muerte,
·        temor a los Dioses,
·        temor al sufrimiento o al dolor,
·        ideas falsas sobre lo que constituye el bien.

Antes de avanzar en un breve análisis de estas causas, cabe decir que Epicuro desarrolló una física y una canónica, porque consideró que la necesidad de saber es condición de la salud del alma. El saber responde en definitiva a su necesidad de proporcionar al hombre conocimientos liberadores que le permitan alcanzar la tan deseada serenidad despojándose de los temores y errores que lo perturban. La serenidad, independientemente de las circunstancias exteriores es el sumo bien, dado que para el epicureísmo lo esencial para la felicidad es nuestra condición íntima de la cual nosotros mismos somos amos.
En relación con la muerte, Epicuro sostiene que la serenidad que tanto apetecemos nos llegará no como resultado de compensar el temor a morir con la idea de inmortalidad, sino a través del entendimiento (con la ayuda de la filosofía) del significado real de la muerte.
Epicuro intenta convertir a la muerte en un hecho psicológico, en un hecho natural. En este sentido afirma en su Carta a Meneceo:

         “cada momento de vida es también un momento de muerte, y aquél, tan temido, es solamente el último de todos”
         ”la muerte nada es para nosotros, mientras nosotros existamos, la muerte no existe y cuando existe la muerte, entonces no existimos nosotros”
         “Acostúmbrate a pensar que la muerte para nosotros no es nada, porque todo el bien y todo el mal residen en las sensaciones, y precisamente la muerte consiste en estar privado de sensación”
         “Es estúpido quien confiese temer la muerte no por el dolor que pueda causarle en el momento que se presente, sino porque, pensando en ella, siente dolor”

Puede decirse que la explicación que de la muerte ofrece Epicuro, no ayuda a mitigar el sufrimiento y la turbación que la misma provoca. No asusta tanto morir como saber que no podemos vivir eternamente, y con relación a este punto el consuelo que ofrece Epicuro, es escaso. Epicuro no era un hombre “religioso”, no podía por lo tanto referirse a una vida despúes de la muerte como hizo el cristianismo en los siglos posteriores. No obstante, lo destacable es su búsqueda de la serenidad ante la muerte, con independencia del éxito de sus resultados.
En lo relativo a los dioses, Epicuro considera necesario liberar al hombre de la sujeción a la voluntad de los mismos. De ello se ocupará la física al explicar las causas naturales de los fenómenos del universo, y la estructura de nuestro cuerpo y nuestra mente. Para Epicuro los dioses existen (prueba de ello es la noción de divinidad que se da en la mente de todos los hombres) pero viven felices en su mundo sin intervenir en el mundo de los mortales. Los dioses según Epicuro son inmortales, imperturbables y gozan de una felicidad absoluta. Estas características de los dioses le hacen pensar a Epicuro, que sería un absurdo, que éstos se molesten en gobernar el mundo, perturbando su perfecta serenidad y armonía.
Los dioses epicúreos, surgidos de la exaltación de las cualidades de la naturaleza humana y carentes de los males que atormentan al hombre, representan la encarnación del ideal del sabio.
Epicuro sostiene que la existencia del mal demuestra que la divinidad no provee las cosas del mundo. Para fundamentar lo dicho Epicuro afirma que si Dios quiere impedir los males y no puede, implicaría aceptar un Dios impotente, lo cual es imposible, si puede y no quiere, sería difícil de entender y de explicar y si  puede y quiere entonces no existirían los males que efectivamente existen. Por lo tanto los dioses existen, son incluso la mejor prueba de que la felicidad también existe, ya que gozan de una felicidad absoluta, pero de ningún modo esos dioses intervienen en el mundo de los mortales.
Al temor al sufrimiento o dolor Epicuro contrapone la libertad del hombre. Considera que mediante un acto de voluntad, el espíritu es capaz de abstraerse de los mayores dolores y turbaciones y conseguir ser feliz con la sola evocación del placer pasado o futuro.
Sólo queda explicar en que consiste el bien para el epicureismo y cual es la manera de obtenerlo. Epicuro observa que los placeres y el dolor que experimentan nuestros sentidos indican lo que es apropiado o inapropiado para la naturaleza del hombre. De esto modo, el bien consiste en buscar placer y huir del dolor. El placer es considerado bien primero e innato, también supremo criterio de valoración. Es importante aclarar qué entiende Epicuro por placer y qué por dolor para no tener una idea equivocada de su doctrina. Fiel a su interpretación naturalista, Epicuro considera que el deseo fundamental del hombre es algo parecido al de reencontrar la sensación de bienestar que siente un recién nacido cuando está limpio y ha comido bien. En este sentido, el mismo Epicuro nos dice que el hombre que no sufre de hambre, de sed, ni de frío, y tiene la esperanza de continuar gozando de estas condiciones, puede sentirse como un rival de Zeus en cuanto a felicidad. El placer es para Epicuro no sentir dolor en el cuerpo ni turbación en el alma.
Epicuro enseña que no todos los placeres son de la misma categoría. El placer proviene de la satisfacción de tres tipos de deseos. Los primeros son denominados placeres naturales y necesarios (estos deseos sirven para eliminar los dolores del cuerpo, como beber cuando se tiene sed, comer cuando se tiene hambre, abrigarse cuando se tiene frío, etc.), la satisfacción de estos deseos destierra el dolor y causa placer. Los segundos, denominados placeres  naturales no necesarios (placer sexual, alimentos demasiado elaborados, etc.), proporcionan una variación de placer, pero son incapaces de hacer desaparecer el dolor. Epicuro nos dice que para ser felices debemos aprender a rechazar este tipo de deseos, dado que, si nos satisfacemos con poco, obtenemos, en cambio, la libertad de bastarnos a nosotros mismos. Por último, se encuentran los placeres que no son naturales ni necesarios (belleza, riqueza, honores, matrimonio, etc.). Para Epicuro este tipo de deseos acarrean tan solo turbación.
De este modo el placer es necesario cuando su ausencia nos causa dolor, pero, cuando no experimentamos dolor, tampoco sentimos la necesidad de placer.
Es importante resaltar que Epicuro no desprecia los placeres del cuerpo, pero advierte que poner el acento en ellos no es natural y resulta el modo más seguro para terminar en la infelicidad y el dolor. Cierto tipo de placeres corporales no se satisfacen jamás, de allí que, perseguirlos constantemente equivaldría a la permanente insatisfacción y pena. Como ejemplo de ellos se refiere al dinero, al halago público, al poder, etc.
Epicuro incorpora el elemento racional a la hora de elegir entre los distintos tipos de placeres. En su Carta a Meneceo Epicuro sostiene:

Cada placer, por su propia naturaleza, es un bien, pero no hay que elegirlos todos. De modo similar, todo dolor es un mal, pero no siempre hay que rehuir el dolor. Según las ganancias y los perjuicios hay que juzgar sobre el placer y el dolor, porque algunas veces el bien se torna en mal, y otras veces el mal es un bien.”

De lo dicho se desprende que el bien máximo para Epicuro es el juicio, de él se originan las restantes virtudes. No existe, nos dirá Epicuro, una vida feliz sin que sea al mismo tiempo juiciosa, bella y justa, ni es posible vivir con prudencia, belleza y justicia sin ser feliz. Resulta interesante su idea acerca de que las virtudes son connaturales a una vida feliz, y el vivir felizmente se acompaña siempre de la virtud.
La teoría epicúrea del placer contiene un enfoque novedoso y terminante en cuanto a dos temas tradicionales en la ética griega: la política y la justicia.
Si la finalidad de la vida del hombre es el placer y éste se entiende como la ausencia de pena del cuerpo y de aflicción de la mente, esta claro que la política queda inmediatamente descartada. Entonces, si la política se ha convertido en una fuente de turbación para el hombre sabio, y la felicidad ya no depende del orden social establecido, la justicia pierde importancia dado que no constituye el reflejo de un orden superior que es necesario alcanzar.
Resulta polémico el concepto que Epicuro tiene de la Justicia. Considera que no es un bien por sí misma, ni la injusticia un mal en sí misma. Para él, la Justicia no es inamovible y depende de las circunstancias, tiene su utilidad como un pacto entre los hombres para poder convivir unos con otros, garantizando la máxima seguridad y tranquilidad mutuas. Sostiene que por ser la justicia “un pacto para no provocar ni sufrir daños” en el reino animal no existe lo justo ni lo injusto, precisamente por esa carencia de pacto.
Las leyes no existen para evitar que el hombre cometa actos injustos, sino para que no sufra. El acto injusto es un mal en la medida en que se acompaña del miedo a ser descubierto y castigado. Por esta razón Epicuro llega a afirmar,  hipotéticamente, que el hombre justo podría cometer un acto injusto si no existiera el riesgo de ser descubierto.
Igualmente considera que la ley que no contemple lo conveniente en las relaciones recíprocas, no posee la naturaleza de lo justo. Parecería que en este caso no es necesario obedecerla, por contrariar justamente sus fines, esto es establecer lo conveniente en las relaciones entre los hombres para no causar ni recibir mutuamente daño.  
El concepto que Epicuro tiene de la justicia y del hombre justo revela su desconfianza y escepticismo ante la bondad e integridad del hombre.
En relación con la naturaleza del hombre, Epicuro niega que los lazos sociales sean un hecho natural, y afirma que los mismos por naturaleza no están destinados a vivir en sociedad, es más, en numerosos fragmentos escritos por Epicuro, éste exorta a sus discípulos a “vivir escondido”, esto es, conectado consigo mismo en el retiro y en el silencio para descubrir, de este modo, el mundo valioso de la interioridad. A lo dicho habría que agregar: en compañía de un amigo. La Amistad para Epicuro es la garantía más segura para la obtención del placer, es además, altamente recomendable por la cantidad de bienes que de ella se derivan. La Amistad no es un instrumento para alcanzar la felicidad sino que es la felicidad misma. Hasta tal punto esto es asi, que Epicuro, olvidando el utilitarismo y el egoísmo, que para algunos está implícito en su moral, proclama que es dulce para el sabio soportar el dolor y la muerte por un amigo querido.
Epicuro convirtió su escuela filosófica en un círculo de amigos, en el que fueron admitidos mujeres, esclavos (los esclavos de Epicuro fueron liberados de acuerdo con lo ordenado en su testamento), jóvenes, adultos, ancianos, etc. Algunos de los textos conservados, como por ejemplo el testamento, muestran el elevado nivel de solidaridad existente en la comunidad formada por el maestro y sus discípulos, la devoción que éstos últimos le dispensaban al maestro y la ternura de trato con que éste les correspondía.
Frente a los males del mundo Epicuro se esfuerza, a través de cartas y máximas, en ofrecer a todos los hombres del mundo un remedio sencillo. El hombre es libre, y ser feliz no depende en definitiva más que del ejercicio de una virtud: el juicio. Su ética esta exenta de preceptos y prohibiciones en términos absolutos.
Epicuro, preocupado por ofrecer al hombre un camino seguro hacia la felicidad, y con la finalidad de sustraerlo de la duda que perturbaría su serenidad indispensable para al alcanzar la felicidad, termina por convertir su doctrina en un dogma que, para muchos se ha asemejado a una secta religiosa.

Conclusión


Se puede sin lugar a dudas coincidir en todo, en parte o directamente disentir con sus teorías o ideas, lo que parece muy difícil es que pueda negarse la necesidad e importancia de muchos de sus principios en esta post-modernidad tan vacía y tan intolerante. Justamente la intolerancia traducida en hechos, palabras o actitudes a sido durante toda la historia de la humanidad el punto de partida de sus grandes males. Muchos de los que han escrito sobre Epicuro se han mostrado tan críticos con sus ideas que, a mi modo de ver, reflejan más una abrumadora intolerancia que un disenso filosófico o científico-teórico.
Es por esto que este ensayo busca reivindicar a este hombre que en una época plagada de inequidades abrió sus puertas en su escuela a todos sin importar sexo, condición, cultura ni raza. Un hombre que valoró por encima de todo la amistad, el buen trato, la bondad, y la libertad del hombre, que fue consecuente en su vida, actuando siempre acorde con sus ideas y postulados. Un hombre que supeditó todo a un objetivo: encontrar la felicidad en las cosas simples de la vida, en la serenidad del alma. Epicuro desafió las convenciones sociales de su época desdeñando la vida política, la sobrevaloración de la riqueza y el poder como medios inútiles para alcanzar la felicidad.
Tal vez lo hasta aquí dicho suene a utopía, es oportuno entonces, mencionar  las palabras de Victor Hurtado Oviedo[3] quien consideró al llamado jardín de Epicuro una “utopía caminable”.
Hoy más que nunca, se debería practicar gran parte de sus máximas, buscando en nuestro interior lo que el Consumo desmedido hoy no nos da, lo que una Iglesia desmembrada (que desde tiempos inmemoriales ha utilizado el terror y el miedo como instrumento) ya no puede prometernos ni reclamarnos, lo que un Estado arbitrario ya no puede garantizarnos.  
Me gustaría terminar este ensayo con una frase de Goethe que a mi parecer se identifica mucho con lo hasta aquí dicho:

Gris es, querido amigo, toda teoría, y verde es el dorado árbol de la vida”.



BIBLIOGRAFÍA:


·        Abbagnano, Nicolás; “Historia de la Filosofía” Tomo I; Edición Hora S.A.; Barcelona; 1982.
·        Arrighetti, Graziano; “Historia de la Filosofía” “La Filosofía Griega” Vol. II; Director: Brice Parain; Editorial Siglo Veintiuno; Madrid; 1972.
·        Bacque, Jorge A.; “Derecho, Filosofía y Lenguaje”; Editorial Astrea; Buenos Aires; 1976.
·        Cortsgram, Jose; “Historia de la Filosofía del Derecho” Tomo I; 2ª Edición; Editorial Nacional; Madrid; 1968.
·        Chevalier, Jacques; “Historia del Pensamiento”, “Pensamiento Antiguo”; 2ª Edición; Ediciones Aguilar; Madrid; 1968.
·        Epicuro; “Obras”; Colección, Grandes Obras del Pensamiento; Editorial Altaya; Barcelona; 1998.
·        Epicuro; “Carta a Herodoto, Carta a Pitocles y Carta a Meneceo”; Traducción basada en el texto de Montserrat Jufresa “Epicur. Lletres”; Fundación  Bernat Metge; Barcelona; 1975.
·        Epicuro; Testamento y Sentencias y Máximas; La traducción de los mismos esta basada en el texto de Arrighetti G. Epicuro. Opere, frammenti e testimonianze; Turín; 1960; 2ª edición; 1973.
·        Hirschberger, Johannes; “Historia de la Filosofía” Tomo I; Edit. Herder; 3ra. Edición; Barcelona; 1968.
·        Jufresa, Monserrat; Estudio Preliminar; en “Epicuro”, “Obras”; Colección, Grandes Obras del Pensamiento; Editorial Altaya; Barcelona; 1998.
·        Mondolfo, Rodolfo; “El pensamiento antiguo” Tomo 2; Editorial Losada; 6ª Edición; Bs. As.; 1969.
·        Stumpf Enoch, Samuel; “De Sócrates a Sartre”; Editorial El Ateneo; 2ª Edición; Buenos Aires; 1980.


[1] Recordemos que la prolepsis es considerada como una comprensión o recta opinión o memoria insita en nosotros, de lo que ha menudo se nos ha aparecido fuera de nosotros
[2] Differenz der demokritischen und epikureischen Naturphilosophie,  Francfort 1927


[3] Hurtado, Víctor. “La arcadia en el jardín”, sitio web:  Ciberayllu, 1997.

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